Credo de los Apostoles, Empezó como una tarea. Terminó siendo un gran acontecimiento en mi vida cristiana. Mi profesor de Historia de la Iglesia asignó como tarea a la clase memorizar el Credo de los Apóstoles. Obediente a la instrucción, empecé a memorizar esta afirmación histórica de la fe cristiana palabra por palabra, frase por frase, verdad por verdad.
En unas pocas horas aprendí de memoria el Credo de los Apóstoles, y estaba listo para recitarlo en clase. Sin embargo, aun en ese momento supe que algo más había sucedido. Como joven, me di cuenta de que esta antigua confesión de fe es el cristianismo. Esto es lo que creen los cristianos, lo que todos los cristianos creen.
El Credo de los Apostoles trasciende el tiempo y el espacio para unir a todos los verdaderos creyentes en una sola fe santa y apostólica. Este credo es la síntesis de lo que enseña la Biblia, una descripción del amor redentor de Dios, y una declaración concisa de cristianismo básico.
Todos los cristianos creen más de lo que abarca el Credo de los Apostoles, pero ninguno puede creer menos que eso. Los cristianos de la antigüedad honraron este credo. Los mártires lo recitaron. Los reformadores protestantes continuaron usando el Credo de los Apóstoles en la adoración y en la enseñanza de los creyentes. Hay gran poder en saber que cuando confesamos el Credo de los Apóstoles, ya sea solos o en la adoración colectiva, declaramos la verdad de la fe cristiana con las mismas palabras que infundieron esperanza a los cristianos de la iglesia primitiva, que enviaron a la muerte a los mártires llenos de confianza, y que han instruido a la iglesia de Cristo a lo largo de los siglos.
Fue la tarea más importante que me asignaron en mis años de seminario.
Creo. Esta es una de las palabras más explosivas que puede pronunciar un
ser humano. Abre la puerta a la vida eterna y expresa el fundamento de la fe
cristiana. La fe se erige como el centro mismo de la fidelidad cristiana y es
donde empieza el cristianismo para el cristiano. Entramos en la fe y
hallamos vida eterna en Cristo respondiendo a la verdad con confianza; es
decir, creyendo.
Sin embargo, el cristianismo no se trata de creer en una creencia. Es creer
en una verdad proposicional: Que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios y el
Salvador de los pecadores. No creemos en un Cristo de nuestra imaginación, sino en el Cristo de las Escrituras, el Cristo en el que ha creído cada generación de cristianos verdaderos. Por otra parte, además de creer en Cristo, está la creencia en todo lo que Jesús enseñó a sus discípulos. Mateo escribió que Jesús dio instrucciones a sus discípulos acerca de enseñar a otros a observar todo lo que Él les había ordenado (Mateo 28:18-20). Por lo tanto, no existe cristianismo sin creer, sin enseñar y sin obedecer a Cristo.
Sin embargo, ¿a qué acudimos para saber cómo creer y qué creer? En
primer lugar, por supuesto, a la Biblia, la Palabra misma de Dios. La Biblia
es nuestra única fuente suficiente y la norma de fe infalible, y el reflejo
cristiano de acudir a la Biblia es siempre correcto. La Biblia está libre de
error, es completamente digna de confianza y es verdadera. Es la Palabra de
Dios inspirada. Nada se le puede añadir ni quitar. Cuando leemos el Nuevo
Testamento, encontramos que Cristo transmitió la fe a los apóstoles, que Él
mismo les enseñó. Cualquier forma de creencia que no se conforme a las
enseñanzas de Cristo a los apóstoles es falsa, es una religión que no puede
salvar.
Cuál es el credo de los apostoles
DIOS PADRE, TODOPODEROSO
Cómo empezamos siquiera a hablar de Dios, y con qué derecho llamamos nuestro Padre? Tener la osadía de afirmar que se habla con Dios
parece ya bastante monumental, pero ¿atreverse además a llamar al Dios
Todopoderoso nuestro Padre? Esto es exactamente lo que los cristianos
hacen y lo que Jesús les enseñó hacer. Jesús enseñó a sus discípulos a orar
diciendo “Padre nuestro que estás en los cielos” (Mateo 6:9).
Los teólogos modernos han tenido un gran problema con el Dios de la
Biblia. Cuando recién empezaba mis estudios en el seminario, me asignaron
leer un libro escrito por Gordon Kaufman, teólogo de la Universidad de
Harvard, que se titulaba God the Problem [Dios, el problema]. Kaufman
escribió su libro pocos años después que la revista Time escandalizara a la
nación con su artículo de portada del 8 de abril de 1966, “¿Dios ha
muerto?”.
El artículo de portada reportó que muchos teólogos eruditos y profesores liberales ya no creían en Dios. Kaufman sostuvo que los teólogos
modernos necesitaban inventar un lenguaje completamente nuevo para hablar acerca de Dios.
Él consideraba que el lenguaje de la Biblia era anticuado e indigno de los pensadores modernos. Kaufman argumentó además que los teólogos debían encontrar una nueva forma de sostener que la palabra Dios todavía era significativa. Según él, el Dios que existió en la teología antigua ya no existe, de modo que los teólogos en existencia necesitan encontrar una nueva forma de hablar de Dios como alguien real.
Sin embargo, a Kaufman le incomodaba hablar de Dios, en cualquier sentido, como alguien real. Al final, su libro fue una especie de argumento que permitió dar empleo a los teólogos en instituciones educativas como la Universidad de Harvard cuando ellos habían dejado de creer en Dios.
Unos días después de empezar la clase, un estudiante anónimo dibujó una
caricatura satírica en la pizarra del aula que consistía en un libro titulado
Gordon Kaufman, el problema, cuyo autor era Dios. La clase entera
entendió de inmediato el sentido. Si hay un problema teológico, no es Dios.
El problema somos nosotros. A diferencia de Kaufman y de los teólogos que promulgan que “Dios ha muerto”, nosotros sí sabemos cómo hablar acerca de Dios, y sí sabemos quién es Dios. La razón por la cual sabemos estas cosas es porque Dios ha hablado. Dios se ha revelado tanto en la naturaleza como en las Escrituras, y lo que separa la teología moderna del cristianismo bíblico es la falta de respeto por las Escrituras y por la autoridad de Dios que existe en la modernidad.
En vez de apoyarse en la revelación de Dios mismo en las Escrituras, muchas teologías modernas prefieren la especulación y la
conjetura como su método teológico. Gran parte de este esfuerzo se
convierte en una forma de espiritualidad posmoderna popular que poco tiene
que ver con el cristianismo histórico y la enseñanza bíblica.
La espiritualidad popular permea las conferencias de autoayuda, los éxitos
de librerías y los espectáculos televisivos. Estos necios hablan acerca de lo
“supernatural”, lo “sagrado”, lo “luminoso”, lo “santo”, lo “divino”, lo
“incondicional” o el “propósito del ser”. Sin embargo, ninguna deidad
difusa, indefinida y ambigua puede salvar. Solo Dios puede salvar.
Estas representaciones de Dios elusivas y generalizadas no son más que pequeñas idolatrías endebles. Ninguna de ellas puede sustituir la revelación personal de Dios en la Biblia. Lo que los cristianos necesitan con urgencia en este momento es volver al cristianismo histórico, el cristianismo que surgió de la rica devoción doctrinal y del fervor evangelístico de los apóstoles.
Nuestro Dios que se revela a sí mismo
A. W. Tozer resumió de manera brillante la totalidad del discipulado
cristiano cuando dijo: “Lo que viene a nuestra mente cuando pensamos en
Dios es lo más importante acerca de nosotros”. Lo que quiere decir la
iglesia cuando emplea la palabra Dios revela todo acerca de nuestra
adoración y de nuestra integridad teológica.
Si partimos de un concepto erróneo de Dios, vamos a malinterpretar toda la fe cristiana. Este hecho explica por qué los herejes y los falsos maestros a menudo empieza rechazando la doctrina de la Trinidad. Si podemos rechazar a Dios como se revela en las Escrituras, podemos y acabaremos por rechazar todo lo demás.
Desde los tiempos de los apóstoles, la iglesia ha defendido la
declaración: Credo in Deum Patrem Omnipotentem: “Creo en Dios Padre,
Todopoderoso”. Observa que el Credo de los Apóstoles no empieza
simplemente con las palabras “Creo en Dios”.
En lugar de esto, va más allá de esa simple frase para describir la identidad y el carácter de Dios. La fe cristiana no está fundada en una deidad abstracta o en “un dios”. No confesamos: “Creo en lo numinoso.
Estamos aquí en el nombre de lo sobrenatural, lo sagrado, lo divino”. No nos congregamos en el nombre del “tres veces incondicionado” o alguna otra forma de especulación. Según las Escrituras, todas las personas saben que Dios existe, aun si afirman rechazar dicho conocimiento. Como Pablo escribió, “las cosas invisibles de [Dios], su eterno poder y deidad” son “claramente visibles” (Romanos 1:20). El problema es que la humanidad rechaza impíamente esa revelación y restringe la verdad (Romanos 1:18). Las consecuencias de esta
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