Cuando los cristianos estudian y hablan acerca de la Biblia, no es raro que algunos de ellos apelen a la guía sobrenatural del Espíritu Santo para determinar el significado o la aplicación de un texto. ¿Presenta en realidad la Biblia al Espíritu Santo como actuando en ese sentido? Es decir, ¿guía el Espíritu a los creyentes hacia un verdadero significado o aplicación del texto bíblico?
La persona y la obra del Espíritu Santo
Antes de examinar el papel del Espíritu Santo en la interpretación, debemos tener clara la identidad del Espíritu. ¿Quién es el Espíritu Santo? El Espíritu Santo es la tercera persona del Dios trino. Según las Escrituras, Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo (Mt. 28:19), tres “personas” en un Ser. El Padre es Dios. El Hijo es Dios. El Espíritu es Dios. Pero solo hay un Dios. Y el Padre no es el Hijo, ni el Espíritu es el Hijo, ni el Padre es el Espíritu. Sin embargo, en lo que respecta a su naturaleza divina, el Padre, el Hijo y el Espíritu participan de la misma bondad, sabiduría, santidad, conocimiento, poder, etc.
El Espíritu Santo es enviado por el Padre y el Hijo al mundo (Jn.14:26; 15:26). Él habita en todos los verdaderos seguidores de Jesús (Ro. 8:9; 1 Jn. 2:20) y les capacita para vivir en arrepentimiento y fe (Ro. 8:1-17). El Espíritu Santo da poder al pueblo de Dios con dones espirituales para la edificación del cuerpo de Cristo, la iglesia (Ef. 4:11-16; 1 Co. 12:4-11). Además, el Espíritu intercede a favor del pueblo de Dios (Ro. 8:26) y nos recuerda nuestra condición filial (Ro. 8:15; Gá. 4:6).
El Espíritu Santo inspiró a los autores de las Escrituras a fin de que cada palabra que escribieran, aunque escrita por un autor humano pensante, también fuera divinamente inspirada y exenta de todo error. Como dice Pedro: “Ninguna profecía de la Escritura es de interpretación privada, porque nunca la profecía fue traída por voluntad humana, sino que los santos hombres de Dios hablaron siendo inspirados por el Espíritu Santo” (2 P. 1:20-21). Pablo, también, escribió: “Toda la Escritura es inspirada por Dios, y útil para enseñar, para redargüir, para corregir, para instruir en justicia” (2 Ti. 3:16). Después de la ascensión de Jesús, el Espíritu les recordó a los apóstoles las enseñanzas del Señor y les enseñó cosas nuevas, las cuales, cuando se escribieron, dieron como resultado nuestro Nuevo Testamento (Jn. 14:25-26; 16:13-15).
No puede haber duda de que la Biblia se presenta como el producto de la inspiración del Espíritu Santo, ¿pero presenta también la Biblia al Espíritu como dando a los creyentes una ayuda especial en la comprensión de su contenido?
La iluminación del Espíritu Santo
La mayoría de los teólogos protestantes afirman que el Espíritu Santo ilumina al creyente. Es decir, que el Espíritu da al cristiano una mayor comprensión cognitiva de los textos bíblicos.3 Los teólogos afirman también la obra relacionada del Espíritu de producir convicción, es decir, inculcar en la conciencia del creyente que las enseñanzas de las Escrituras son de hecho verdaderas, aplicables y le incumben al lector.
Es también importante tener en cuenta lo que no es la iluminación. Grant Osborne ofrece esta advertencia útil:
“El Espíritu no nos susurra razones especiales que no estén ya disponibles; en cambio, nos abre los ojos para reconocer esas razones que están disponibles” (1986:234). En otras palabras, el Espíritu hace posible que el lector pueda utilizar toda facultad para discernir la Palabra y aplicarla. ¿Cómo explica
esto el hecho de que eruditos igualmente espirituales interpreten el mismo pasaje de forma muy diferente? El Espíritu hace posible que superemos nuestro preconocimiento para discernir la Palabra, pero no es garantía de que lo conseguiremos. En los pasajes difíciles, debemos utilizar todas las herramientas que podamos reunir y, aún así, leeremos a menudo un texto de la manera que nos dictan nuestra experiencia y tendencias teológicas… Algunos pasajes son tan ambiguos que es posible más de una interpretación. Debemos tomar nuestra decisión hermenéutica pero permanecer abiertos a la dirección del Espíritu y el reto de nuestros compañeros de estudio. El Espíritu nos permite abrir nuestras mentes al texto, pero no nos susurra la respuesta correcta.
Voy a ofrecer ahora una analogía para explicar cómo el Espíritu Santo ayuda a los cristianos en la lectura de la Biblia. Vamos a comparar el estudio de la Biblia a la búsqueda de un tesoro. Imaginemos dos barcos, uno de ellos con un buscador de tesoros con una camisa verde (un cristiano con el Espíritu Santo) y en el
otro barco un buscador con una camisa marrón (un cristiano sin el Espíritu Santo). Ambos aventureros miran a través de las mismas turbias aguas. Ambos ven algo brillando en el fondo del mar. El aventurero con camisa verde dice: “Veo algo brillante, y a mí me parece que es oro. Voy a bucear”. El aventurero con camisa marrón dice: “Yo solo veo la luz que se refleja en la arena en el fondo del océano. No voy a bucear”. Con todas las demás cosas en igualdad de condiciones, el creyente está capacitado para valorar las pruebas ante él con mayor precisión y, por tanto, experimenta el impulso interno de actuar que viene junto con el reconocimiento del verdadero estado de las cosas. Esto no quiere decir, sin embargo, que los creyentes siempre ven las cosas correctamente debido a la obra iluminadora del Espíritu. Muchos otros factores afectan a la interpretación, como la inteligencia innata del creyente, sus habilidades, predisposición, y, no menos importante, su intimidad y obediencia a Dios.
Bíblicamente hablando, la cognición (comprensión mental) y la voluntad (decisiones de la voluntad humana) son dos caras de la misma moneda. Los autores bíblicos no imaginan una situación en la que alguien pueda afirmar el significado correcto de la Biblia y al mismo tiempo negarse a obedecer. De forma análoga, no podemos imaginarnos a una persona normal que se sienta en una habitación llena de humo, y diga: “Yo afirmo cognitivamente que suena la alarma de incendios, pero volitivamente no soy capaz ni tengo el deseo de actuar sobre este hecho”.
La mente y la voluntad humanas están unidas en una interdependencia pecaminosa. El corazón humano es propenso al autoengaño, la distorsión, la maldad, la mentira y la propia justificación (Jer. 17:9). La persona que no se somete a Dios, inevitablemente distorsiona la enseñanza de la Biblia y/o su percepción de la realidad para racionalizar su comportamiento impío. Como el escritor de Proverbios advierte: “Dice el perezoso: El león está fuera; seré muerto en la calle” (Pr. 22:13). Tenga en cuenta que el perezoso no dice: “Yo soy un vago, así que no quiero ir a trabajar”.5 El corazón humano pecador fabrica pruebas para
justificar su perspectiva distorsionada.
Por otro lado, cuando se rechaza la verdad, Dios envía como castigo una mayor ceguera y la eliminación de su amorosa restricción divina. Como explica Pablo a los cristianos de Roma: “Y como ellos no aprobaron tener en cuenta a Dios, Dios los entregó a una mente reprobada, para hacer cosas que no convienen” (Ro. 1:28). En este versículo se pone de manifiesto la interdependencia entre el pensamiento malo y las malas acciones.
Del mismo modo, en 2 Tesalonicenses 2:10-12, Pablo afirma: “Y con todo engaño de iniquidad para los que se pierden, por cuanto no recibieron el amor de la verdad para ser salvos. Por esto Dios les envía un poder engañoso, para que crean la mentira, a fin de que sean condenados todos los que no creyeron a la verdad, sino que se complacieron en la injusticia”. El castigo por abrazar las tinieblas del pecado es una mente más oscura y la vida de maldad que fluye de esa oscuridad interior.
Unos pocos eruditos cristianos conservadores han tratado de negar o redefinir la obra iluminadora del Espíritu, afirmando que la Biblia enseña solamente que el Espíritu afecta a la voluntad, trayendo convicción, pero no ayuda en la cognición. Lamentablemente, esta visión nuevamente propuesta no toma en serio los efectos noéticos de la caída (es decir, cómo el pecado distorsiona los procesos de pensamiento humanos) o indicios bíblicos de que el Espíritu contrarrestará las inclinaciones pecaminosas de nuestras mentes.
Como se ha señalado anteriormente, el Espíritu no susurra algún significado secreto inaccesible a los demás,7 pero el Espíritu sí nos capacita para percibir los hechos y juzgar la verosimilitud de los argumentos con mayor claridad. Si creemos que Dios le dará sabiduría a un médico en el diagnóstico de una enfermedad (como indican las oraciones cristianas), o a un estudiante universitario mayor concentración mental en un examen de cálculo, ¿por qué Dios no capacitaría también a nuestras mentes débiles para el estudio de la Biblia? En efecto, la Biblia dice que Dios da maestros a la Iglesia (Ef. 4:11-16), ¿no sería eso al menos un indicio de que algunos miembros de la iglesia están iluminados por el Espíritu Santo?
El hecho de que los no creyentes puedan comprender porciones de las Escrituras no niega la obra iluminadora del Espíritu, sino que señala la gracia común de Dios en dar a todos los seres humanos (regenerados y no regenerados) mentes racionales. (Del mismo modo, los no creyentes creados a imagen de Dios pueden actuar amorosamente, sin haber llegado a amar verdaderamente a Dios o a los demás). Por otra parte, las lecturas correctas intermitentes de la Biblia por los no creyentes dan testimonio de la claridad de la revelación de Dios. Incluso los corazones en rebelión voluntaria contra Dios no pueden fallar a veces en entender lo que dice.
Por último, el hecho de que eruditos sinceros, piadosos, amantes de Jesús y creyentes en la Biblia sigan en desacuerdo sobre la interpretación de algunos textos no niega la obra iluminadora del Espíritu. La cantidad de desacuerdo entre los estudiosos creyentes en la Biblia es fácilmente exagerada, y en aquellos casos en los que el desacuerdo continúa (p. ej., sobre el significado correcto del bautismo), el desacuerdo permanente solamente demuestra los prejuicios que persisten entre el pueblo de Dios a pesar de la obra de su Espíritu.
Las mismas Escrituras indican que, hasta que Jesucristo regrese, los creyentes siguen en desacuerdo sobre cuestiones secundarias. Pablo escribe: Uno hace diferencia entre día y día; otro juzga iguales todos los días. Cada uno esté plenamente convencido en su propia mente. El que hace caso del día, lo hace para el Señor; y el que no hace caso del día, para el Señor no lo hace. El que come, para el Señor come, porque da gracias a Dios; y el que no come, para el Señor no come, y da gracias a Dios. Porque ninguno de nosotros vive para sí, y ninguno muere para sí.
Pues si vivimos, para el Señor vivimos; y si morimos, para el Señor morimos. Así pues, sea que vivamos, o que muramos, del Señor somos (Ro. 14:5-8, cursivas añadidas).
Solo Dios sabe cuántos de nuestros puntos de vista teológicos están verdaderamente motivados por el interés propio, los prejuicios y el chauvinismo denominacional o eclesiástico en vez de por una verdadera convicción guiada por el Espíritu. Debemos orar con el salmista:
¿Quién podrá entender sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos. Preserva también a tu siervo de las soberbias; que no se enseñoreen de mí; entonces seré íntegro, y estaré limpio de gran rebelión. Sean gratos los dichos de mi boca y la meditación de mi corazón delante de ti, Oh Jehová, roca mía, y redentor mío (Sal. 19:12-14).
- Robert H. Stein, “The Benefits of an Author-Oriented Approach to Hermeneutics”,
JETS 44, no. 3 (2001): 457.
- Jared M. Compton aboga por un enfoque similar (“Shared Intentions? Reflections on
Inspiration and Interpretation in Light of Scripture’s Dual Authorship, Themelios 33,
no. 3 [2008]: 23-33).
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