naturaleza y limitaciones de la libertad

La naturaleza y limitaciones de la libertad: Soberania de Dios y Libertad Humana Parte 1.

La gran mayoría de los seres humanos clasifican la libertad como uno de los ideales más elevados. La libertad, sentimos, es un derecho de nacimiento de todos los seres humanos: nadie tiene el derecho de despojarnos de ella en contra de nuestro deseo (excepto, obviamente, en casos de delito probado). Intentar arrebatarle la libertad a alguien se considera hasta un crimen en contra de la dignidad fundamental de lo que significa ser humano.


A pesar de ello, una de las preguntas clave del ser humano es: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco? Hay gente que piensa que la libertad humana está severamente limitada o que incluso es ilusoria. Los ateos entre ellos se preguntan: ¿Cómo puedo ser libre, si el universo es enteramente responsable de mi existencia?

Los que creen en Dios puede que se hagan exactamente la misma pregunta, pero partiendo de un punto de vista radicalmente distinto: ¿Hasta qué punto soy libre, si es que lo soy siquiera un poco, si Dios es enteramente responsable de mi existencia y comportamiento? Históricamente, el deseo de ser libre ha jugado un papel decisivo en el drama humano.

Robert Green Ingersoll escribió: “La libertad es al alma del hombre lo que la luz es a los ojos, lo que el aire es a los pulmones, lo que el amor es al corazón”. En su discurso sobre el estado de la nación de 1941, el presidente de Estados Unidos Franklin D. Roosevelt enunció las famosas Cuatro Libertades:

Libertad de expresión
Libertad religiosa
Libertad o derecho a tener una vida digna
Libertad o derecho a vivir en paz

Dichas libertades se consideran, casi universalmente, centrales en lo que significa ser humano. En el preámbulo de la Carta de los Derechos Humanos de la ONU, se describen las cuatro libertades como la “mayor aspiración de las personas comunes”. Muchos de quienes las disfrutan hasta cierto nivel suelen darlas por hecho.

Para una gran mayoría, estas libertades no son más que un sueño lejano e imposible, irrealizable a la vez que seductor. Si se nos preguntara qué damos a entender cuando decimos “libertad”, muchos de nosotros responderíamos que significa poder elegir lo que hacemos; poder ejercer nuestra voluntad, tomar nuestras propias decisiones y ser capaces de llevarlas a cabo, siempre y cuando no infrinjamos el espacio de los demás ni restrinjamos su libertad.


Sin embargo, somos conscientes de que nuestra libertad, sea esto lo que sea, viene con algunas limitaciones de serie. No tenemos la libertad de correr a cincuenta kilómetros por hora, ni tampoco somos libres para vivir sin comida ni aire, etc. Aun así, tenemos la sensación de ser libres, siempre y cuando exista la disponibilidad y tengamos los recursos para elegir entre guisantes y alubias, la camiseta verde o la azul.

Somos libres de apoyar a un determinado equipo de fútbol y no a otro, de decir la verdad o de mentir, de ser amables o maleducados. De hecho, cuando tenemos que decidir entre las incontables opciones de las estanterías del supermercado, a veces desearíamos no tener tanta libertad de elección.


También somos conscientes de que, en ocasiones, limitamos voluntariamente nuestras libertades, a veces incluso por placer. Por ejemplo, si soy miembro de un equipo de fútbol, no puedo jugar como me dé la gana, inventándome las reglas conforme voy jugando. El sentido del juego es que me limite a mí mismo a jugar siguiendo las normas, sujeto al liderazgo del capitán. Eso es lo que hace que el fútbol sea un juego.

Existen otros contextos más importantes en los que nos sometemos a limitaciones por el bien de nuestra propia seguridad y protección: Cada país elige por qué lado de la carretera pueden conducir sus ciudadanos. Es una elección arbitraria, pero, una vez hecha, resultaría estúpido y peligroso ignorarla y conducir por el lado que nosotros queramos.

En términos más generales, y en tanto que ciudadanos de un Estado civilizado, nos sometemos voluntariamente a las leyes del país (al menos en teoría), renunciando a parte de nuestra libertad como individuos. Lo hacemos en aras del bien mayor que supone disfrutar de los beneficios de vivir juntos en una sociedad pacífica y civilizada.


Cuando hablamos del derecho de los seres humanos a la libertad, todos nosotros, entendamos la vida como la entendamos, estaríamos de acuerdo en queese derecho debería ser considerado inviolable. Desgraciadamente, en muchas partes del mundo se sigue fracasando tristemente a la hora de conseguir algo que se parezca, aunque sea de lejos, a las Cuatro Libertades.

Por ello, nos indigna con toda razón que un ser humano sea esclavizado, tratado como si solo fuera parte del engranaje de una máquina, no más que un medio para conseguir el placer o beneficio de otra persona.

Cada ser humano, hombre o mujer, niño o niña, de cualquier raza, color o credo, de cualquier parte del mundo, tiene el derecho de ser tratado como un fin en sí mismo, nunca como una mera estadística, o como medio de producción, sino como una persona con un nombre y una identidad única, nacido para ser libre. Pero, ¿qué es la libertad?, ¿hasta qué punto somos libres?

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