naturaleza y limitaciones de la libertad

La naturaleza y limitaciones de la libertad: Soberania de Dios y Libertad Humana Parte 2.

Pero, ¿qué es la libertad?, ¿hasta qué punto somos libres?

Dos tipos de libertad

Desde la época de los filósofos John Locke y David Hume se ha diferenciado entre dos tipos de libertad: la libertad de espontaneidad y la libertad de indiferencia.


La “libertad de espontaneidad” es la libertad de seguir nuestros propios motivos, de hacer lo que nos plazca sin que nada ni nadie (el gobierno, por ejemplo) nos pueda forzar a hacer algo que no deseemos hacer, o nos pueda prohibir algo que queramos hacer. Dando por hecho que tengamos la salud, la habilidad, el dinero y las circunstancias necesarias, y que no estemos sujetos a ninguna limitación ni restricción externas, casi todos estaríamos de acuerdo en que tenemos esta libertad de espontaneidad.

La “libertad de indiferencia” (liberalismo libertario)1 es la libertad de haber hecho algo distinto a lo en la práctica elegimos hacer en cualquier ocasión del pasado. Enfrentados a escoger entre dos cursos de acción en el futuro, la libertad de indiferencia implicaría que la elección está completamente abierta. Puedo optar por cualquiera de los dos cursos de acción indiferentemente; y una vez seleccionado un curso de acción, puedo, mirando atrás, saber que podría haber tomado libremente también el otro curso de acción. Puedo elegir, o podría haber elegido, hacer X o no X.


En estos articulos, cuando utilice la expresión “libre albedrío” la entenderé en este sentido. Supongamos, por ejemplo, que Jim ha llegado a un punto en el que tiene que elegir casarse con Rose o con Rachel. Tiene la libertad de espontaneidad: nadie le va a obligar a casarse con una o con otra. Sin embargo, él también cree que tiene la libertad de indiferencia. Siente que podría casarse igual de fácil con una o con la otra “indiferentemente”

Agustín (el teólogo y filósofo del siglo IV y V), al igual que Hume y otros muchos, negaría que Jim tenga ese tipo de libertad. Sostenían que existen varios complejos procesos subconscientes físicos y psicológicos que restringen y determinan su elección. Jim es libre para casarse con la chica que él elija; sin embargo, la elección que acabará tomando ya está predeterminada por esos procesos que están profundamente arraigados en él. No es libre de elegir y actuar de manera distinta a como lo hace. Como consecuencia, algunos filósofos piensan que la libertad de espontaneidad es compatible con el determinismo (una idea
llamada compatibilismo). Obviamente, el liberalismo libertario es el opuesto directo del determinismo. The Oxford Handbook of Free Will [El manual de Oxford del libre albedrío] dice así:

... los debates sobre el libre albedrío en la era moderna desde el siglo XVII se han visto dominados por dos cuestiones, no una: La “Cuestión determinista”: “¿Es el determinismo verdad?”, y la “Cuestión de la compatibilidad”: “¿Es el libre albedrío compatible o incompatible con el determinismo?”. Las respuestas a estas preguntas han dado lugar a dos de las principales divisiones en los debates contemporáneos sobre el libre albedrío: los deterministas y los indeterministas, por una parte, y los compatibililistas y los incompatibilistas, por otra.

Libertad y moralidad

Queda fuera de toda discusión que el que la comida que nos guste, o el arte, o la música, o cómo elegimos a nuestro esposo o esposa, o cualquiera de nuestras elecciones y decisiones estén fuertemente influenciados por elementos de nuestro desarrollo físico o psicológico. Sin embargo, sean cuales sean los traumas psicológicos, deseos o impulsos que nos puedan empujar a transgredir la ley moral o incluso la ley civil (y nos pasa a todos), la mayoría creemos que, en tanto que seres humanos, seguimos siendo libres para controlar nuestros impulsos y respetar tanto la ley moral como la civil. Somos, por lo tanto, moralmente responsables de ello. La sociedad civilizada solo puede funcionar partiendo de esta base. Existe, por ello, una conexión muy cercana entre la libertad (libertaria) y la responsabilidad.

La propia existencia de las leyes civiles y criminales demuestra, de hecho, que los miembros de las sociedades civilizadas tienen la convicción, profundamente asentada, de que son poseedores, no solo de la libertad de espontaneidad, sino también de la libertad de indiferencia. Una parte esencial de lo que significa ser un ser humano maduro (por lo que aquí no cuentan ni los niños ni los que tienen graves enfermedades mentales) es tener la libertad de elegir entre A y no A, de tal manera que somos moralmente responsables y, por lo tanto, debemos rendir cuentas de nuestras acciones. El Tribunal Supremo de Estados Unidos afirma que creer en el determinismo “es inconsistente con los preceptos subyacentes de nuestro sistema de justicia penal” (Estados Unidos contra Grayson, 1978).


Para ser una criatura moral, uno necesita antes que nada tener conciencia moral. Por lo que sabemos, los seres humanos son las únicas criaturas de la tierra que poseen dicha conciencia. Se le puede enseñar a un perro, mediante una dura y rigurosa disciplina, que no debe robar el trozo de carne de la mesa, pero nunca le podrás enseñar por qué está moralmente mal que robe. El perro no tiene el concepto de moralidad y nunca lo tendrá.


En segundo lugar, para comportarse moralmente, uno debe de ser consciente, no solamente de la diferencia entre el bien moral y el mal moral, sino que debe de tener la suficiente autonomía de voluntad para elegir libremente hacer el bien o hacer el mal. A este respecto, existe toda una diferencia de categoría hasta entre el ordenador más avanzado y un ser humano.

Un ordenador podría ofrecerte las respuestas a preguntas morales que le hayan programado dar, pero ni va a entender la moralidad ni tener conciencia moral alguna. Por lo tanto, no se le puede considerar moralmente responsable de sus elecciones o comportamiento. Si un ordenador se viera envuelto en el diseño de minas antipersonas que, en última instancia, causaran la mutilación o muerte de miles de niños, no tendría ningún sentido acusarlo de comportamiento moralmente reprensible. No tiene ni libre albedrío ni elección. Hizo aquello para lo que
estaba programado. No es un ser moral y, por lo tanto, no es responsable de sus acciones.


Los seres humanos, como contraste, no están programados en ese sentido (a no ser que hayan sido sometidos a un profundo condicionamiento psicológico). Tienen la habilidad de elegir y, por lo tanto, de tomar decisiones morales. Y, lo que es más, suelen enorgullecerse de ello. Nadie preferiría ser un humanoide, un robot computarizado. Cuando un hombre elige, por ejemplo, enfrentarse al peligro para defender sus principios morales en lugar de escaparse cobardemente y renegar de ellos, le gustaría que se le considerara alguien que ha sido responsable de su elección moral y, en ocasiones, hasta que se le alabara por ello.

Cuando negamos nuestra responsabilidad

Normalmente, cuando nos vemos tentados a negar nuestra responsabilidad moral y decir “No lo he podido evitar” es justo cuando hemos hecho algo muy mal. El neurocientífico de Cambridge Harvey McMahon escribe:


El libre albedrío también apuntala la ética, en tanto en cuanto que las elecciones se toman a la luz de principios morales. De hecho, el libre albedrío apuntala todas las elecciones. Aún más, el libre albedrío apuntala el rol de lo inintencionado y la culpa en el sistema judicial... La propia idea de la existencia de las reglas o leyes implica que tenemos la elección o habilidad para obedecer. ¿Cómo puede la ley ordenarnos hacer determinadas cosas si no tenemos la habilidad de hacerlas? Por lo tanto, hasta el concepto de obediencia implica que tenemos elección.


Lo cierto es que una persona civilizada considerará reprensible y deshumanizadora la tendencia de los Estados totalitarios a tratar a quienes se posicionen moralmente contra el Estado como “desviados” o “enfermos” en lugar tratarlos como quienes poseen la capacidad moral de elegir.

C. S. Lewis trató el peligro de considerar la maldad como esencialmente patológica en un ensayo brillante titulado “La Teoría humanitaria del castigo”:

La Teoría humanitaria elimina el concepto del Merecimiento del Castigo. Pero el concepto del Merecimiento es el único nexo de unión entre castigo y justicia. Una sentencia solo puede ser justa o injusta en tanto que merecida o inmerecida… Por eso, cuando cesamos de considerar lo que el criminal se merece y consideramos solo lo que lo curará o desalentará a otros, lo hemos apartado tácitamente de la esfera de la justicia por completo; en lugar de una persona, un sujeto de derecho, lo que tenemos ahora no es más que un mero objeto, un paciente, un “caso”…

C. S. Lewis


Ser “curado” en contra del deseo de uno mismo, y ser curado de condiciones que puede que no consideremos enfermedades es que lo pongan a uno al mismo nivel de quienes aún no han alcanzado la edad de razonar, o de quienes nunca la alcanzarán.

Es ser clasificado junto con los niños, los imbéciles y los animales domésticos. Sin embargo, ser castigado, sea lo severamente que sea, porque lo merecemos, porque “deberíamos haberlo sabido”, es ser tratado como un ser humano creado a la imagen de Dios.

Lewis continúa señalando algunas de las escalofriantes implicaciones de la llamada perspectiva humanitaria. Son todavía más relevantes hoy en día que cuando los escribió, puesto que, como veremos, el determinismo ha hecho grandes avances en las áreas de la psicología y la ciencia cognitiva.

La idea de que la religión es una neurosis o un delirio, tal y como la presenta el título del éxito de ventas de Richard Dawkins El espejismo de Dios, ha ganado una fuerza considerable. Lewis continúa:

Sabemos que una cierta escuela de filosofía ya considera la religión como una neurosis. Cuando esta neurosis en particular se convierta en algo incómodo para el gobierno, ¿qué impedirá al gobierno proceder a “curarla”?… Y, por lo tanto, cuando se dé la orden, todo cristiano prominente del país desaparecerá de un día para otro dentro de la Institución para el Tratamiento de los Ideológicamente Insanos, y quedará en manos de los expertos carceleros decidir cuándo (si es que alguna vez) pueden re-emerger. Pero no será una persecución. Aun cuando el tratamiento sea doloroso, aun y si dura toda la vida, aunque sea fatal, no será más que un lamentable accidente; la intención era puramente terapéutica.

C. S. Lewis

En la medicina común también hay operaciones dolorosas y operaciones fatales, igual que aquí. Pero puesto que son un “tratamiento”, no un castigo, solamente pueden ser criticados por homólogos expertos, y únicamente en términos técnicos, nunca por hombres normales y corrientes y en términos
de justicia. Por eso, pienso que es fundamental oponerse de cabo a rabo a la Teoría humanitaria del castigo, donde quiera que nos topemos con ella. Da una impresión de misericordia que es complemente falsa. Así es como engaña a los hombres de buena voluntad.


Quienes estén interesados en profundizar en este tema, pueden consultar el artículo de Stuart Barton Babbage titulado “C. S. Lewis and the Humanitarian Theory of Punishment” [C. S. Lewis y la teoría humanitaria del castigo]

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