Tres Principios de Autoridad

Tres principios relativos a la autoridad son de vital importancia para la familia, y para la continuación de nuestro modo de vida:

1. La responsabilidad principal de la provisión de autoridad en el hogar ha sido asignada a los hombres.

No será popular reafirmar el antiguo concepto bíblico de que Dios hace responsables a los hombres del liderazgo en sus familias. Sin embargo, esa es la forma en que interpreto las Escrituras. 1 Timoteo 3:4-5 afirma:

Él [el padre] debe tener la debida autoridad en su propia casa y ser capaz de controlar e imponer el respeto de sus hijos.

Aunque parezca anticuado, un hombre cristiano está obligado a dirigir a su familia lo mejor posible. Esta tarea no justifica la opresión férrea de los hijos o el desprecio de las necesidades y deseos de la mujer, por supuesto. Pero, al parecer, Dios espera que el hombre sea el máximo responsable de las decisiones en su familia. Asimismo, él tiene una mayor responsabilidad por el resultado de esas decisiones. Si su familia ha comprado demasiados artículos a crédito, entonces la crisis financiera es, en última instancia, culpa suya.

Si la familia nunca lee la Biblia o rara vez va a la iglesia, la culpa es del hombre. Si los hijos son irrespetuosos y desobedientes, la responsabilidad principal recae en el padre… no en su esposa. (No recuerdo que la esposa de Elí fuera criticada por criar a dos hijos malvados; fue su esposo quien cayó bajo la ira de Dios. Véase 1 Samuel 3:13).

Desde esta perspectiva, ¿qué le sucede a una familia cuando la autoridad designada no hace su trabajo? Consecuencias similares pueden verse en las corporaciones cuyo presidente sólo pretende dirigir la empresa. La organización se desintegra rápidamente. El paralelismo con las familias sin líder es demasiado llamativo como para pasarlo por alto. En mi opinión, la mayor necesidad de todas las naciones es que los maridos empiecen a guiar a sus familias, en lugar de volcar todos sus recursos físicos y emocionales en la mera adquisición de dinero. Esa creencia motivó el libro que estás leyendo.

2. Los niños buscan naturalmente la autoridad de sus padres.

Cuando mi hijo Ryan tenía cinco años, escuchó una referencia a mi infancia.

«Papá, ¿has sido alguna vez un niño pequeño?», preguntó.

«Sí, Ryan, era más pequeño que tú», respondí.

«¿Alguna vez fuiste un bebé?», preguntó con incredulidad.

«Sí. Todo el mundo es un bebé pequeño cuando nace».

Ryan parecía desconcertado. Sencillamente, no podía comprender que su padre, de 1,90 metros y 90 kilos, fuera un bebé. Meditó durante un minuto y luego dijo: «¿Eras un papá-bebé?».

A Ryan le resultaba imposible imaginarme sin el manto de la autoridad, aunque fuera un diminuto recién nacido. Su hermana de nueve años reaccionó de forma parecida la primera vez que le enseñaron películas caseras mías cuando sólo tenía cuatro años. En la pantalla aparecía un muchacho inocente con cara de niño sobre un caballo. Danae tuvo que asegurarse de que la foto era mía, tras lo cual exclamó: «¡¿Ese niño me pega?!».

Danae y Ryan revelaron su percepción de mí… no como un hombre al que se le había dado autoridad… sino como un hombre que era autoridad. Así es la naturaleza de la infancia. Los niños y las niñas suelen fijarse en sus padres, cuyo tamaño, poder y voz más grave denotan liderazgo. Por eso, a pesar de numerosas excepciones, los profesores hombres suelen manejar la disciplina en el aula con más facilidad que las señoras suaves con voz femenina. (Una profesora me dijo una vez que la lucha por controlar su clase era como intentar mantener treinta y dos pelotas de ping-pong bajo el agua al mismo tiempo).

También por eso las madres necesitan la participación disciplinaria de sus maridos. No es que el hombre deba ocuparse de todos los actos de desobediencia, pero debe servir de marco sobre el que se construye la autoridad paterna. Además, debe quedar claro para los hijos que papá está de acuerdo con las políticas de mamá, y que la defenderá en casos de insurrección. Remitiéndonos de nuevo a 1 Timoteo, esto es lo que significa que un padre tenga la «debida autoridad en su propia casa».

3. La autoridad será puesta a prueba.

Profundamente arraigado en el temperamento humano hay una voluntad propia que rechaza la autoridad externa. Este espíritu de rebeldía se manifiesta durante el primer año de vida y domina la personalidad durante el segundo. Los «dos años terribles» pueden resumirse con esta pregunta mordaz: «¿Con qué derecho tú o cualquier otra persona intenta decirme lo que tengo que hacer con mi vida?». Esa misma pregunta se gritará durante los años de la adolescencia, junto con pequeños y dulces comentarios como: «¡Yo no pedí nacer, sabes!» Johnny Carson dijo una vez que, si su hijo adolescente le decía eso, él le respondería: «Menos mal que no lo pediste. Habría dicho que no».

Lo que quiero decir es que los seres humanos de todas las edades tienden a poner a prueba los límites de la autoridad. Como padre, los tuyos también se pondrán a prueba.

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